Ilustración 1: Porta Nigra, resto romano de Tréveris.

Alrededor del 367 viajó a las Galias junto a su inseparable escudero y amigo de la infancia Bonosus. En concreto a Tréveris, según el mismo dijo «en la orilla bárbara del Rin». Y mira por donde, ya se sabe según la biblia en verso, que donde uno menos se lo espera salta la liebre (ya que en un pareado lastimero dicha biblia en verso afirma a su comienzo «Jesús nació en un pesebre/donde menos se espera salta la liebre»); allí tuvo su llamada a la vocación, aldabonazo divino, iluminación, crisis de fe, o como quiera llamarse. Según una carta escrita a Santa Eustoquia (una discípula suya posterior) el propio Jerónimo nos explica como fue el asunto de su visión, sueño o ensueño. Se vio a si mismo ante Cristo en su trono para ser juzgado y que desde su entronizada gloria juzgadora este le preguntaba: «¿A qué religión perteneces?» a lo que Jerónimo, imaginamos que temblándole las rodillas como si fuera un alfeñique, contestó: «Soy cristiano católico».

La diatriba, una filípica en toda regla, que le soltó el entronizado y juzgador Jesús fue de aúpa. Más o menos le espetó: «No es verdad. Que borren su nombre de la lista de los cristianos católicos. No es cristiano sino pagano, porque sus lecturas son todas paganas. Tiene tiempo para leer a Virgilio, Cicerón y Homero, pero no encuentra tiempo para leer las Sagradas Escrituras».  Él mismo afirmará posteriormente que en esa etapa de su vida «era más ciceroniano que cristiano».

La relación de dios con los santos es muy especial, cierto es; pero que dios se preocupe por las lecturas de sus devotos y adoradores veinteañeros, es asaz inverosímil; pero así es como lo vivió Jerónimo, o al menos como lo cuenta. Si dios sigue preocupándose aún por la lectura de los cristianos veinteañeros actuales, y cree que tiene que aparecerse en sueños o visiones para reprenderlos; no va a dar abasto a semejante tarea titánica, yo desde luego no le arriendo la ganancia.

Ilustración 2: Un amenazante Cristo entronizado de Fra Angélico.

Según relata el propio patrón de los traductores, se despertó llorando; con lo cual de visión tiene poco y sí mucho de ensueño o sueño; y ya se sabe que todo lo que tiene que ver con lo onírico o la modorra tiene una interpretación literal un tanto espuria y falsa, que hay que interpretarlo simbólicamente dándole otro significado que es realmente el veraz, Freud dixit. Qué menos, lo de llorar, digo; si me pasa a mí, el jamacuco instantáneo que me deja tieso no hay quien me lo quite.

Fuera como fuere, el caso es que decidió que en adelante su tiempo será siempre para leer y meditar libros sagrados, y exclamará emocionado: «Nunca más me volveré a trasnochar por leer libros paganos». Aquí empieza su vocación teológica y compila para su amigo Rufino de Aquilea, al que conocía de su estancia romana anterior, un comentario sobre los salmos, su primer texto teologal.

Ahora se emborrona un tanto su biografía, parece ser que viaja por varias partes del imperio en Tracia y Asia Menor, también por Siria. En esta época se afirma que rompe definitivamente con su familia para seguir su vocación de consagrarse a dios y siente una fuerte atracción por el monacato. Según parece permaneció durante muchos años junto a Rufino en un cenobio para hacer penitencia por sus pecados previos. Dicen que especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, por lo que se ve no se le olvidaban sus noches de vino y rosas de francachela por Roma. Pero el cenobio, la vida comunitaria trabajando y orando, no era lo suyo y parece ser que lo abandonó.

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