Todos los años la universidad de Harvard entrega los premios denominados IG Nobel (en inglés la unión de IG y Nobel fonéticamente suena como “innoble”, si lo tradujéramos al español). Con ellos se premia aquellas investigaciones más absurdas o rocambolescas del mundo científico.

En 2006 el IG Nobel de la Paz lo recibió el inventor Howard Stapleton por su Mosquitono. Dispositivo que emitía un sonido de 17.4 megaHertz (un tono de tan alta frecuencia que las personas jóvenes pueden escucharlo, mientras que las adultas no), se calcula que de media solo podían escucharlo aquellas personas que no superasen los 24 años. El principal objetivo de este invento era espantar a los adolescentes que se dedicaran a hacer mucho ruido. No afectaba a la audición, tan solo provocaba una sensación molesta.

Ilustración 1: El Mosquitono.

El «Mosquitono» se basa en el efecto de presbiacusia, el cual consiste en que con los años los seres humanos pierden paulatinamente la capacidad de oír las frecuencias más altas. Al emitirse suena como un zumbido molesto que sólo es audible por bebés, niños y adolescentes. Aunque el volumen de frecuencias que solo oyen los jóvenes se aumentase por cinco veces aún sería imposible de oír para una persona de más de 30 años, solo en casos excepcionales.

Es utilizado por comerciantes como un mecanismo para evitar que los jóvenes se acerquen a sus establecimientos. Porque, aunque parezca mentira, se comercializó y sigue comercializándose. A pesar de que los miembros de la asamblea del Consejo de Europa declararon que el sistema es discriminatorio (solo actúa por edad y afecta también a quienes se reúnen tranquilamente), degradante, ofensivo y probablemente dañino.

En 2005, en su categoría de Medicina, el estadounidense Gregg Miller ganó el IG Nobel. Desarrolló en los años 90 una prótesis de testículos para su perro después de castrarlo y este producto, comercializado a gran escala en las últimas tres décadas, se ha hecho tan popular que lo ha convertido en millonario.

La castración no sólo impide que las mascotas se reproduzcan, sino que es conveniente para reducir la agresividad y algunos problemas hormonales, así que Miller, como cualquier dueño, llevó al veterinario a su perro Buck para tan delicada operación. Sin embargo, al regresar el animal notó que le faltaba algo y miró a su dueño preguntándose qué había pasado, según explica el propio interfecto.

Esa cara de pena le conmovió tanto que se puso a pensar en una solución, así que volvió al veterinario y le comentó su idea: ¿por qué no fabricarle unos testículos artificiales? Después del shock inicial le convenció para trabajar juntos en un prototipo que llegaron a probar en decenas de mascotas.

Ilustración 2: Greg Miller.

Miller patentó la idea y en 1995 fundó la empresa Neuticles para comercializar esas prótesis que al principio eran de plástico duro y que después mejoraron mucho utilizando silicona blanda. «Neuticles le permite a su preciosa mascota conservar su apariencia natural y su autoestima, y ayuda al dueño con el trauma», podemos leer en su web, donde se anuncian diferentes modelos y tamaños.

A precio de oro. El éxito ha sido arrollador. Según los medios de comunicación estadounidenses, este ciudadano de Misuri había vendido más de 500.000 pares de prótesis en todo el mundo hasta 2019 y se ha hecho millonario. Y no es para menos porque los nuevos testículos, que se implantan en colaboración con clínicas veterinarias de medio centenar de países, valen una media de más de 300 dólares e incluso algunos modelos se aproximan a los 500. Es más, la empresa ha diversificado el negocio tanto que llegó a fabricar un pedido especial para un elefante por un importe de 2.800 dólares.

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