Nos han llamado mucho la atención los interminables litigios que dos grandes dinosaurios tecnológicos, como son Appel y Samsung, se han estado tirando reiteradamente a la cabeza; a cuenta de proteger sus respectivas patentes sobre telefonía móvil y defender con peticiones millonarias de indemnización su propiedad industrial supuestamente vulnerada. Este es el corolario imprescindible y automático de la patente, el litigio por marcas, diseños y derechos, a dentelladas secas y calientes.
Todo esto ha hecho que nos pasase desapercibido el pleito que Samsung ha mantenido con Fractus. A Samsung la conocemos todos de sobra, es el mayor fabricante mundial de móviles, en número al menos, y disputando codo con codo el puesto a Appel en cuanto a facturación o rentabilidad. A el innovador, competitivo, puntero y multimillonario mercado de la telefonía sin hilos, a esto nos referimos.
¿Pero y Fractus?. ¿Quién es Fractus?. Pues una empresa de unos veinte empleados establecida en San Cugat del Vallés, en España. Pero resulta que en este desigual duelo entre el diminuto David catalán y el gigantesco Goliat coreano, ha salido victoriosa la insignificante empresa española. Y Samsung ha claudicado tras años de acoso y derribo al minúsculo irritante, y le pagará varios millones por infringir sus patentes.
Hay que remontarse a los años noventa, en concreto a 1995, cuando Carles Puente Baliarda, el Premio Inventor Europeo 2014, aun estando en la Universidad Politécnica de Barcelona, él y su equipo en una spin-off (empresa nacida como una extensión más de la investigación de la propia universidad) presentan su primera patente, a la que posteriormente seguirán otras 150 patentes más y la creación de su empresa Fractus.
¿Y qué es lo que patentó?. Pues inventó, reveló y patentó las antenas fractales. Así a primera vista no nos dice nada. Pero si aclaramos que la antena fractal es la antena interna que llevan todos los teléfonos móviles actualmente de manera omnipresente y que les permite prescindir de la incómoda y poco estética antena extensible que se usaba en ellos antes de mediados los años noventa, ya vamos entendiendo.
Este es el ejemplo fehaciente de como una patente (o conjunto de ellas) bien diseñadas y robustas permiten defender ante el mayor de los imperios económicos y tecnológicos inimaginables (con millones de euros de presupuestos gastados en los más prestigiosos y despiadados bufetes de abogados defensores de la propiedad industrial), al inventor que crea una verdadera innovación de utilidad y que además sabe patentarla correctamente, como fue el caso de nuestro compatriota Carles.
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