Y entre los inventos más «cañís» españoles, entendiendo como tal algo totalmente carpetovetónico y arraigado en nuestras costumbres tradicionales más ancestrales, tenemos la navaja, la guitarra española o el coctel molotov.
La navaja parece ser un invento auténticamente español, de eso no hay duda. Aunque circula un meme muy extendido (Wikipedia incluida) según el cual: «La navaja surge a finales del siglo XVI en España, tras la prohibición promulgada por Carlos I de llevar armas de hoja larga (sobre todo espadas) a gente ajena a la nobleza. La navaja permitía ocultar la hoja; además de ser pequeña, era manejable y mucho más barata que una espada. Desde España se exportó hasta el resto de Europa con mucha rapidez, ya que fue un arma muy popular».
Pero si uno indaga que es lo que ocurrió con Carlos I y las navajas, se encuentra con lo siguiente: «En tiempos de Carlos I se permitió que cada súbdito contase con una espada y un puñal, excepto los convertidos del Reino de Granada, siempre y cuando no se juntasen más de dos personas armadas o las llevasen en las mancebías o la Corte».
Parece ser justamente lo contrario, pero la cosa no paró ahí, ya que: «Como era de esperar, esta abierta permisividad concedida por el Emperador se tradujo en un sustancial incremento en el número de delitos perpetrados con armas. Por esa razón, a los pocos años de la entrada en vigor de la anterior ley, se ordenó que ninguna persona pudiese llevar armas de noche, después de tañida la campana de queda, salvo que llevasen candela o se tratase de sujetos que salían temprano de sus casas para dirigirse a sus lugares de trabajo». Lo que se prohibió fue básicamente las emboscadas nocturnas, nada más.
Pero sea como fuere la navaja fue un invento español de por esa época, eso sí, sin patentar como era de esperar en ese siglo (y de haber podido ser patentada, tendría que haberlo hecho un hidalgo albaceteño). Lo de la gitana con la navaja en la liga y los bandoleros del XIX con una manta perillana enrollada en una mano y en otra una navaja, ya es una imagen tópica y típica de esa España casposa y garbancera de no hace muchos siglos, de la que por desgracia nos costará desprendernos.
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