Como era de esperar la patente de Isaac Peral también está en entredicho. Empecemos, el primer personaje que se menciona como el inventor del submarino, entre el siglo XV y el XVI es, como no, Leonardo Da Vinci. Aunque parece ser que lo inventó, se arrepintió de ello por el mal uso que podría dársele y destruyó todo lo que se refería a él (se conservan bocetos del supuesto artefacto); según indica el mismo en el aforismo 252: «De cómo es posible por medio de un aparato, permanece algún tiempo debajo del agua; por qué me niego a describir mi procedimiento para permanecer debajo del agua por todo el tiempo durante el cual me es posible prescindir de alimentarme. No lo publico y no quiero explicarlo, temiendo el carácter malvado de los hombres, que aplicarían este dispositivo con fines de destrucción, empleándolo para despedazar desde el fondo del mar el casco de los buques y hundirlos junto a sus tripulaciones». Aunque probablemente, como ocurre con la mayoría de los inventos de Leonardo, no se realizaría nunca el proyecto, quedándose todo en una entelequia mental que nunca tuvo existencia fuera del papel.
Pero allá por los inicios del siglo XVII, pongamos 1.602 (año en que buceó en el Pisuerga en Valladolid delante del rey); otro pionero es el también español Jerónimo de Ayaz; navarro de la orden de Calatrava, Administrador General de minas del Reino de España, conocido como el Da Vinci español y poseedor de varios «privilegios regios de invención» durante el reinado de Felipe III, que es como llamaban entonces a las patentes. Entre ellos el de un submarino con sistema de renovación de aire. Además, al artilugio contaba con una especie de pinzas o guantes extensibles, para recoger objetos desde el interior, permaneciendo hermética la nave.
Tampoco falta un holandés emigrado a Inglaterra, para que también puedan en Albión reclamar sus históricos royalties de turno, llamado Cornelius Jacobszoon Drebbel; bodeguero que se pasó toda su vida despachando cervezas en Londres, lo cual no le impidió realizar varios inventos. Parece ser que construyó el primer submarino en 1.620 mientras trabajaba para la marina inglesa. Drebbel, basándose en los planos de un dirigible diseñado por William Bourne cincuenta años antes, construyó un prototipo de madera forrado de cuero. En 1.623 logró un modelo final con seis remos capaz de transportar dieciséis pasajeros. En una prueba a la que asistieron miles de londinenses encabezados por el rey Jaime I, el submarino estuvo sumergido durante tres horas y navegó desde Westminster a Greenwich a una profundidad de cuatro a cinco metros. El monarca acompañó a Drebbel en la travesía de vuelta. A pesar del éxito, al Almirantazgo aquel exótico invento le pareció una extravagancia y nunca fue utilizado.
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