Por pura cronología, el siguiente invento de movilidad, terrestre en este caso, con origen español es el teleférico. Fue inventado y patentado por el cántabro ingeniero de caminos Leonardo Torres Quevedo. Su experimentación en el área de transbordadores, funiculares o teleféricos, comenzó muy pronto durante su residencia en su pueblo natal, Molledo. Allí, en 1887, construyó en su casa el primer transbordador, al que llamó «transbordador de Portolín», para salvar un desnivel de unos cuarenta metros de altura y de unos doscientos metros de longitud; y con tracción animal, una pareja de vacas; y una silla a modo de barquilla. Este experimento fue la base para la solicitud de su primera patente, que solicitaría ese mismo año, el 17 de septiembre: un funicular aéreo de múltiples cables, con el que lograba un coeficiente de seguridad apto para el transporte de personas y no solo de cosas.
Posteriormente construyó el denominado transbordador del río León, de mayor envergadura, ya con motor, pero que siguió siendo utilizado exclusivamente para transporte de materiales, no de personas.
Entre 1887 y 1889 solicitó el privilegio de la patente en otros países como Alemania, Francia, Reino Unido o Suiza. En 1890 presentó su transbordador en Suiza, país muy interesado en ese transporte debido a su orografía y que ya venía utilizando funiculares para el transporte de bultos, pero su proyecto fue rechazado, permitiéndose la prensa suiza ciertos comentarios irónicos.
Tras dicho fracaso decidió dedicarse a las máquinas algebraicas y en 1903 retomó sus proyectos, ya que el 15 de febrero de 1904 caducaba la patente. Preparó varios proyectos en San Sebastián y Zaragoza. Y en 1907, construyó el primer transbordador apto para el transporte público de personas, en el Monte Ulía en San Sebastián. Fecha que se toma como la invención del teleférico. El problema de la seguridad se había solucionado mediante un ingenioso sistema múltiple de cables-soporte, liberando los anclajes de un extremo que sustituye por contrapesos. El diseño resultante era de gran robustez y resistía perfectamente la ruptura de uno de los cables de soporte. La ejecución del proyecto corrió a cargo de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao, que construyó con éxito otros transbordadores en Chamonix, Río de Janeiro, etcétera.
Pero es sin duda el Spanish Aerocar en las cataratas del Niágara, en Canadá, el que le ha dado la mayor fama en esta área de actividad, aunque desde un punto de vista científico no sea ni el más importante, ni el más original, ni el primero. El transbordador de quinientos cincuenta metros de luz es un funicular aéreo casi horizontal (la diferencia de cota entre los dos extremos es de un metro) que une dos puntos diferentes de la orilla canadiense en un recodo del río Niágara. Se construyó entre 1914 y 1916 , siendo un proyecto español de principio a final: ideado por un español, construido por una empresa española con capital español (The Niagara Spanish Aerocar Co. Limited); una placa de bronce, situada sobre un monolito a la entrada de la estación de acceso, recuerda este hecho: «Transbordador aéreo español del Niágara. Leonardo Torres Quevedo (1852–1936)». Se inauguró en pruebas el 15 de febrero de 1916 y se inauguró oficialmente el 8 de agosto de 1916, abriéndose al público al día siguiente; el transbordador, con pequeñas modificaciones, sigue en activo hoy día, sin ningún accidente digno de mención en un siglo de servicio, constituyendo un atractivo turístico y cinematográfico de gran popularidad».
Y aunque esto le dio la fama, el de Donostia es sin embargo el original. También es frecuente en las patentes, la que da la fama (y el beneficio económico) no es la más original ni la primera, sino la que más repercusión social tiene.
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