El invento del futbolín parece que se debe a una inspiración altruista del periodista, escritor y editor Alejandro Finisterre, seudónimo de Alejandro Campos Ramírez. Un gallego nacido en el pueblo de Coruña que usó como su alias personal. Fue durante nuestra guerra civil, estando convaleciente de una herida en un hospital, cuando intentó paliar el sufrimiento de los muchos niños con distintos tipos de mutilación que allí había, y que protestaban amargamente porque ya no podrían jugar nunca más al futbol. Bajo sus indicaciones el carpintero y amigo suyo, Francisco Javier Altuna, diseñó la primera mesa de futbolín tal y como lo conocemos actualmente. Parece ser que fue en el año 1.937 y que patentó en mitad de la guerra su invento, pero que se perdió toda la documentación durante la contienda.
Finalizada la guerra Alejandro se exilió en Francia y perdió toda posibilidad de reivindicar su invento, ya que por entonces litigar con el resto de supuestos inventores que se atribuían el merito y el negocio, era del todo imposible de realizar en su situación personal. Aunque lo intentó y desistió en 1.948. Posteriormente, mucho más tarde, a partir de 1.952, se exiliaría ahora en Hispanoamérica (en Guatemala), allí si que pudo comercializar su invento, crear una empresa, generalizar en el continente su uso y sacar algún provecho personal de su invento. Aunque sin poder reivindicar su patente original nunca.
Una curiosidad bastante interesante, es que este inventor también patentó el juego «hundir la flota», popularmente llamado o conocido como el de los barquitos, en 1.962. Pero al estar exiliado y no poder renovar la patente de su invento, este juego pasó a manos de otros fabricantes. El mundo de las patentes siempre dejó un amargo sabor en los labios de Alejandro Finisterre.
Por supuesto esta patente también está en entredicho. Él patentó un futbolín con los jugadores con las dos piernas separadas y el que se ha popularizado es el de piernas unidas, y con ello le restan valor afirmando que él «solo» inventó el de piernas separadas. Esto se lleva a limites insospechados entrando en discusiones bizantinas sobre las piernas de los jugadores, la curvatura o no del campo, el uso de barras de metal (que por cierto, también patentó Alejando Finisterre, según parece), el número de jugadores por línea ofensiva o defensiva, etc. Y se habla de futbolín standard o mundial, futbolín español o híbridos de distinto pelaje que lo complican todo. Por otra parte la primera patente en España de un juego de sobremesa de menor dimensión similar, pero con piernas juntas, unos autores la fechan en 1.880 y otros en 1.890. También, como no, existe una patente británica de un juego de mesa de menor tamaño prácticamente idéntico en 1.922 u otra en Norteamérica en 1.925. Como siempre, todo es relativo, discutido y contradictorio. Así es el mundo de las patentes, ayer y hoy; y probablemente mañana.
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