En la primavera de 2018 se difundió por los medios de comunicación un asombroso titular, que podíamos resumir en: «Ya es posible patentar olores»; que dejó perplejos, cuando no obnubilados, al avezado y  desparpajado mundo de la propiedad industrial.

Si somos bien pensados; la prensa simplificó, para su mejor comprensión por parte del público en general, tan llamativo titular. Si optamos por ser malpensados; la alternativa de un sensacionalismo fuera de lugar y tono, es lo que generó el encabezado de marras de la prensa. En realidad nunca se ha patentado un olor y es de creer que nunca se patentará.

Ilustración 1: Las plastilinas de marras cuyo olor se registró como «marca olfativa».

El equívoco residió en utilizar el verbo patentar alegremente. Lo que en realidad sucedió es que por primera vez se aceptó como marca registrada un olor. Y existe un abismo insondable entre una marca y una patente.

Sea como fuere, lo que terminó por denominarse «marca olfativa», no dejó por ello de ser una noticia inaudita en el siempre turbulento marasmo de la propiedad industrial.

En concreto, consistió en que la compañía juguetera norteamericana Hasbro consiguió registrar como marca olfativa el olor de su plastilina en la USPTO (United States Patent and Trademark Office u Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos). Lo cual no es moco de pavo.

Ilustración 2: Logotipo de la empresa juguetera norteamericana Hasbro.

Ya costó asimilar (España fue uno de los últimos países en hacerlo al adaptar su legislación a las directrices comunitarias) , que se pudiera registrar como marca un color (que de entrada cabe pensar que como máximo puede declararse como patrimonio inmaterial de la humanidad, y nunca como un activo empresarial más), como para que no levantará ampollas el registrar como marca un olor.

Es de suponer que lo siguiente será registrar como marca un sabor (nombre ya le tienen puesto: «marca gustativa»), y podemos jocosamente imaginarnos a empresas intentado registrar como marca el sabor de la butifarra o del queso de cabrales. Como siempre el tiempo dirá; pero amigo Sancho cosas «veredes», que te harán dar cabezazos contra las paredes.

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