En 1929 un americano apellidado Fisher presentó la patente de un dispositivo llamado M-Scope, capaz de detectar metales enterrados, que inmediatamente fue adoptado por multitud de prospectores de oro en lavaderos, busca tesoros en antiguas ruinas, historiadores en viejos campos de batalla y hasta militares que querían conjurar el peligro de las invisibles minas terrestres.
Del primitivo dispositivo de Fisher nacieron multitud de detectores de metales adaptados para distintas necesidades, de la tecnología de lámparas se pasó a los transistores y a los circuitos integrados.
Actualmente existen detectores de metales para todos los usos, con sofisticados principios de funcionamiento que hace pocos años no podían ni imaginarse. Pero lo que ni Fisher ni nadie podía llegar a pensar nunca es que aparecieran las sandalias detectoras de metales.
Estas sandalias de alta tecnología utilizan el método de frecuencia de batido mediante un sistema de oscilación; procedente de una bobina de cobre incorporada en la suela de la sandalia derecha, que se alimenta a través de un paquete de baterías o pilas de 9 voltios que unas coquetas correas atan a la pantorrilla.
Todo lo que hay que hacer es dar un paseo en la arena de la playa y en caso de detectar cualquier artefacto de metal, como monedas o joyas; hasta medio metro por debajo de la superficie, se avisará con una luz roja intermitente y la vibración suave o un zumbido audible.
Y además la batería dura hasta seis horas y tiene suelas antideslizantes y las plantillas de espuma de poliuretano.
Actualmente las comercializa la compañía estadounidense Hammacher Schlemmer y cuestan alrededor de 50€, aunque deben tener mucha demanda porque en la actualidad, cuando escribimos este artículo, están agotadas en Amazon.
No estamos muy seguros de que esta sea la forma en la que se pueda ganar un dinerillo fácil, o por lo menos un dinero capaz de amortizar los 50€ que cuestan las chanclas, pero lo que sí que puede quedar garantizado es el “ligoteo” en las playas a la hora de explicar que este gadget es un sistema de rastreo creado por la CIA y cuyo primer propietario fue James Bond.
El siguiente gadget parece ser el vástago bastardo, como si fuera una aberración genético-tecnológica recapitulada en un hibrido mutante; debido al cruce nefando, en una loca noche de diseño y psicodelia destemplada, entre una pistola y una cámara de fotos.
La empresa Doryu Camera Company de Japón, creó en 1954 la cámara Doryu 2-16, y mantuvo su fabricación hasta 1956. Antes, en 1952 ya había fabricado la Doryu 1, con película de 9,5 mm. El modelo 2-16 funcionaba con película de 16 mm y disponía de flash en forma de cápsulas de polvo de magnesio. Como se ve fácilmente el nombre del gadget viene de ser la segunda versión y de usar película de 16mm.
Si la cámara tenía el aspecto de una pistola, su funcionamiento no era sino exactamente igual: las cápsulas de polvo de magnesio tenían el tamaño de una bala e iban alojadas en un cargador situado en la empuñadura. Cuando se utilizaba el flash, al apretar el gatillo se accionaba el obturador y a la vez el percutor golpeaba uno de los cartuchos cargados de magnesio que se prendía y producía un fogonazo y un estampido como el de la detonación de una pistola.
A continuación el cartucho quemado saltaba de la recámara y automáticamente entraba el siguiente, listo para iluminar la siguiente exposición. Exactamente igual que el funcionamiento de una pistola automática, lo que le daba una nueva dimensión al significado de la expresión «disparar la cámara».
Al parecer las Doryu se diseñaron originalmente para la policía japonesa, y no tuvieron mucho éxito en el mercado civil (y pacífico) de aquel país. Sin embargo, estos artilugios ahora son realmente raros, y pasto de los coleccionistas. Una de ellas se vendió recientemente en una subasta por 25.000$.
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