Según la RAE la filantropía es el amor al género humano. Y por tanto un acto filantrópico es aquel que desinteresadamente se realiza por amor a la humanidad sin obtener ningún tipo de beneficio con ello.
Una patente en principio nunca puede ser un acto filantrópico, ya que es solicitar el reconocimiento en exclusiva por veinte años a explotar comercialmente (o vender, ceder o alquilar) todos los derechos que se derivan de un nuevo invento o innovación. Una patente es un acto egoísta e interesado por definición.
Sin embargo, hay escasas excepciones en las que una patente es un acto filantrópico. Es más común en el caso de los investigadores sanitarios, dada la naturaleza de sus invenciones o innovaciones, que ya en si mismas suelen suponer un beneficio para toda la humanidad y pareciera que esto lo facilitaría.
Se han dado varios casos, y en concreto voy a referirme a dos relacionados con vacunas. En un momento en que es de rabiosa actualidad la polémica sobre la petición de suspender o liberar las patentes de vacunas contra el Covid-19, tema al que le hemos dedicado toda una serie recientemente en este blog, no puede ser el momento más apropiado.
Jonas Edward Salknas fue un investigador médico y virólogo estadounidense, principalmente reconocido por su descubrimiento de la vacuna contra la poliomielitis en 1953. Y se hizo mundialmente famoso cuando ese mismo año en una entrevista televisiva le preguntaron sobre la propiedad de la patente de la vacuna de la polio y contestó: “No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el sol?”. Dijo, sin dudar, que la patente era de la gente, porque era como el sol, un bien público; y se negó a patentar la vacuna. Aunque el papel de buen samaritano quedó empañado cuando se reveló posteriormente que había intentado patentarla y que descartó hacerlo cuando supo que no cumplía todos los requisitos legales para ello.
El segundo caso es el del colombiano Manuel Elkin Patarroyo Murillo que creó en 1986 la vacuna contra la malaria. Y tras su verificación empleándola durante siete años en diversas campañas de vacunación e investigación, en un gesto muy altruista en 1993 la vacuna fue donada gratuitamente por Patarroyo, en nombre de Colombia, a la Organización Mundial de la Salud (OMS), con la única condición de que su producción y comercialización fueran hechas en Colombia. Este acto filantrópico también se ha visto enturbiado porque la OMS llegó a catalogarla como inactiva después de que posteriores evaluaciones clínicas certificaran su baja efectividad. Aunque sobre esto hay opiniones para todos los gustos, que si la OMS fue presionada o no por los grandes laboratorios, que si la efectividad es de tal porcentaje o de tal otro, según quien escriba sobre ella (un laboratorio o el gobierno de Colombia, por ejemplo).
Si uno quiere ser un tanto cínico y pesimista, puede sacar la conclusión de que es un pobre bagaje el de las patentes de vacunas cedidas gratuitamente por filantropía a la humanidad. Pareciera que solo cuando no se pueden comercializar y obtener pingües beneficios económicos con ellas, bien por problemas legales para registrarlas o bien por su baja efectividad, es cuando se ceden altruista y filantrópicamente.
Muchísimo más raro aun es que una empresa libere una patente para que sus competidores puedan usarla gratuitamente. Por definición una empresa es una entidad cuyo único y exclusivo fin es la obtención de beneficios económicos (aunque ahora está muy de moda intentar enmascarar este egoísmo económico latente que nos repugna con la responsabilidad social, cultural o medioambiental de las empresas; pero no nos engañemos, si no hay beneficio no hay empresa, hay ONG).
Pero aunque muy escasos hay ejemplos de esta filantropía empresarial con las patentes. Es el caso de la patente del cinturón de seguridad de tres puntos de anclaje que puede engancharse con un solo movimiento. Es decir, el cinturón de seguridad con el que actualmente van equipados obligatoriamente por ley todos los coches.
En 1959 se patentó por Volvo (empresa de automóviles sueca) dicho cinturón inventado por un ingeniero sueco llamado Nils Bohlin. Hasta aquí lo normal, lo excepcional es que Volvo sabía que este invento era un favor a la humanidad, y a pesar de ser propietaria de la patente, la liberó para su uso gratuito por parte de toda la industria del automóvil. Quizá el regalo más generoso jamás hecho a la humanidad por parte de la industria automovilística, y un regalo por el que todos debemos estar agradecidos.
Solo me cabe decir que es la muy honrosa excepción que confirma la regla y que suecos tenían que ser el inventor y la empresa, para que este maravilloso acto de filantropía se produjera (en ningún otro país del mundo, que no sean los nórdicos, se me ocurre que pudiera ocurrir semejante acto de generosidad, es lo que pienso y lo digo).
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